
En la sombría noche, una escuálida figura se movía con celeridad en la penumbra, olisqueando el aire, casi saboreándolo. Su estómago emitía sonidos guturales, que rompían el silencio de la noche, y sus costillas, que marcaban cruelmente su torso, bailaban al ritmo de su respiración. Caminaba animado, sin rumbo fijo, pero su pelaje parecía enfermizo y sin brillo. Pasaron las horas y el sol comenzó a desgarrar el territorio de la luna.La entrada de la pequeña cueva donde vivía sólo, aunque cohabitaba con los de su manada, pareció devorarle, mientras se arrastraba a su interior. Se dejó caer sobre el frío suelo y se acurrucó en posición fetal. Tenía todo el cuerpo magullado, la sangre brotaba con desidia de diversas heridas, tiñendo su pelaje, y múltiples cicatrices adornaban su piel. Permaneció tumbado, inmóvil, en silencio, respirando con dificultad y con la mirada perdida en las paredes rocosas cubiertas de líquenes. Minutos después comenzó a removerse sobre si mismo, enfurecido, gruñendo, y aulló con todas sus fuerzas, más no se escuchó ningún sonido en la cueva. Dio unas cuantas vueltas sobre sí mismo, volvió a tumbarse, palmeó el suelo con su cola y empezó a lamerse las heridas, silenciosamente, con la técnica casi ritual que la experiencia le proporcionaba. Morfeo comenzó a cubrirlo con su manto tímidamente, con una lentitud que parecía acariciarlo, y el insoportable dolor se fue atenuando progresivamente. La conciencia se apagó y el mundo se desvaneció entre el etéreo humo del subconsciente.
R.Elmaldito Dijo, el 26-03-10
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