jueves, 24 de junio de 2010

Mañana quizás sea otro día...


En la sombría noche, una escuálida figura se movía con celeridad en la penumbra, olisqueando el aire, casi saboreándolo. Su estómago emitía sonidos guturales, que rompían el silencio de la noche, y sus costillas, que marcaban cruelmente su torso, bailaban al ritmo de su respiración. Caminaba animado, sin rumbo fijo, pero su pelaje parecía enfermizo y sin brillo. Pasaron las horas y el sol comenzó a desgarrar el territorio de la luna.La entrada de la pequeña cueva donde vivía sólo, aunque cohabitaba con los de su manada, pareció devorarle, mientras se arrastraba a su interior. Se dejó caer sobre el frío suelo y se acurrucó en posición fetal. Tenía todo el cuerpo magullado, la sangre brotaba con desidia de diversas heridas, tiñendo su pelaje, y múltiples cicatrices adornaban su piel. Permaneció tumbado, inmóvil, en silencio, respirando con dificultad y con la mirada perdida en las paredes rocosas cubiertas de líquenes. Minutos después comenzó a removerse sobre si mismo, enfurecido, gruñendo, y aulló con todas sus fuerzas, más no se escuchó ningún sonido en la cueva. Dio unas cuantas vueltas sobre sí mismo, volvió a tumbarse, palmeó el suelo con su cola y empezó a lamerse las heridas, silenciosamente, con la técnica casi ritual que la experiencia le proporcionaba. Morfeo comenzó a cubrirlo con su manto tímidamente, con una lentitud que parecía acariciarlo, y el insoportable dolor se fue atenuando progresivamente. La conciencia se apagó y el mundo se desvaneció entre el etéreo humo del subconsciente.

R.Elmaldito Dijo, el 26-03-10

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