jueves, 24 de junio de 2010

Puto Karma


Iba a paso rápido por la calle, de camino a la peluquería, cuando vi a 3 niños mirando con cara de pena hacia un callejón entre 2 casas, de aproximadamente 1 metro y medio de ancho, cerrado por un muro de 2 metros y algo de alto. Saltaban intentando agarrarse a algo para subir el muro, pero sin conseguirlo.
Una señora se acercó a ellos sonriendo:
-¿Se os caído algo? –preguntó-.
-Sí, una pelota. –respondieron 2 de ellos al unísono-
-Ah… -respondió la señora, casi con indiferencia, y se alejó caminando, hasta entrar a un bar-.
Pasé de largo andando muy rápido, pero al ver la escena, y procesarla, un mecanismo se activó en alguna parte de mi subconsciente. Pare de andar, di 2 pasos hacia atrás lentamente, me di la vuelta y me acerqué a los niños, mirándoles a la cara. No me sonaban lo más mínimo, quizás no eran del pueblo, o simplemente pertenecían a una de esas ‘nuevas generaciones’, que uno no reconoce, y que le hacen sentir extrañamente ‘antiguo’.
-¿Se os caído un balón? –pregunte con gesto serio-
-Mmm…no…una pelota… de tenis – respondió uno de ellos, dudoso y con la extrañeza que se muestra ante un desconocido-.
-Ok… -respondí.-
Me acerqué a la pared, y en alguna parte de mi subconsciente se desbloquearon recuerdos caducados hace tiempo, de las veces en que entré en ese callejón, cuando era un niño de su edad, o poco mayor. Miré los puntos donde en aquella época me agarraba para subir, con un zoom dramático, propio de las grandes producciones cinematográficas. Y con una agilidad casi felina, aunque ligeramente oxidada por la falta de práctica me encaramé a lo alto del muro. A mis espaldas pude escuchar sin girarme, unos leves sonidos de asombro y admiración, y me dejé caer dentro. Busqué con la mirada entre la inmundicia acumulada a lo largo de muchísimos años, todo tipo de envases descoloridos por la humedad casi permanente, y algún rayo de sol que de forma muy esporádica se colaba con timidez entre las casas. Encontré la pelota de tenis, extrañamente limpia, la cogí, y asomándola por encima del muro, la deje caer con cuidado. Se escucharon expresiones de alegría.
La salida era mucho más sencilla, ya que en el lateral del callejón, a media altura del muro que lo cerraba había otra elevación, con una pendiente de unos 45º, que dejaba entrever su composición a base de cantos rodados. Puse un pie sobre una de ellas, estire el brazo derecho hacia la parte superior del muro y me impulsé. Pero la humedad antes citada, además de permanente, era abundante, lo que convertía a la piedra era una superficie perfecta para deslizarse. Resbalé ligeramente, pero por mi naturaleza precavida no había elevado ambas piernas, hasta no estar seguro, con lo cual simplemente mi antebrazo acarició el muro. La segunda vez, añadiendo más precaución, me subí al muro con facilidad, al otro lado esperaban los niños con caras sonrientes:
-¡Muchas Gracias! – dijeron a distintos tiempos, en un canon que hacia gala de su más que visible alegría-.
Bajé de un salto del muro, emitiendo un ‘de nada’ en el aire, y sin detenerme seguí mi paso raudo hacia mi destino.

Un minuto después al sentarme en el sofá de cuero sintético de la peluquería, cuando los latidos acelerados de mi corazón volvieron a su frecuencia habitual, noté un pequeño escozor en el antebrazo a la altura de la muñeca. Al mirar me di cuenta que la sudadera que llevaba (una de mis favoritas) tenia un agujero considerable en el punto de donde venían las molestias, y al remangarme, unos rasponazos notables, adornados con gotas de sangre se hicieron visibles. Acerqué la muñeca a la altura de la boca, mirando hacia otro lado disimuladamente, saqué la punta de la lengua, que captó el sabor férreo, y susurre entre dientes ‘Puto Karma…’

R.Elmaldito Dijo, el 24-03-10

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